Lo vivíó. Lo revive. Tropezó con esta piedra,
una, dos, más de tres veces. Se enganchó a ella, a la sensación. La guardó en
el bolsillo de cremallera donde baila la calderilla. Primero inocente, luego a
sabiendas, después torpe y inevitable. En alguna esquina osada debe esperar la
causa de esta repetición abismal. A dias se hunde en su propio charco, el
tenue pozo que ella misma construye. Piezas. Desiguales. Un castillo
que no llega a estar en pie porque cae como de costumbre. Una reina destronada.
Una silla fría y dura, que respira autonomia desde que no tuvo otro remedio que
respirar de otra manera. Almenos hubiera sido una decisión meditada y propia...
eso cambiaría el rumbo del ahora, pero hubiera sido ajeno a ella, a su cuerpo,
a su boca entrabierta. Si pudiera entrar donde no se puede entrar, si fuera ese
don de estar sin ser vista. Si pudiera... Cree que algo brillaría, pero quizás
se engaña con pamplinas, se ahoga en suspiros y enmudece taquicárdica.
El no creyó en monarquías, però la coronó en
cada beso, la hizo bailar en cada ir y venir. Le compuso una canción, fue hasta
su balcón y ella le echó sus trenzas. Deshicieron las sábanas, una, dos, más de
tres veces. Se esculpieron estátuas de un museo íntimo. Se amaron hasta la
médula. A media consciencia olvidaron paredes. Muros. Se engancharon a la sensación.
Fantasearon en vida y luego dejaron que el mazo de la realidad, de las cosas
medianamente importantes les diera el golpe. Zas! Una. Zas! Otra más. Zas!! No siempre vence la tercera.
Se dejaron sufrir para decirse lo que no es posible. Se pensaron fortalezas
propias, infranqueables, indestructibles. Pero volvieron al bucle. A la
espiral, esa palabra tan fea que todavia no saben deletrear.